Pues muchas cosas las que han pasado desde mi última entretenta. Por resumirles un poco, decirles que mis hijas bailaron en el Hospital de Santiago con gran maestría y, quién lo diría pues siendo hijas mías como son, que se arrimen al bailoteo tanto y tan bien, bien extraño me resulta, habida cuenta que su padre bastante famoso es por sus grandes dotes en cuanto a la inmovilidad sobre un escenario. Hemos podido disfrutar también de las maravillosas fiestas del renacimiento o, cuando menos, créanme no les miento si les digo que tan maravillosas no fueron, más bien algo rácanas en espectáculo más como siempre y, haciendo gala de nuestra tan ganada fama, volvieron a triunfar nuestras tan queridas "barra-chapa". Al tiempo, vino a cantar nuestro querido Sabina. Como en ocasiones anteriores, tuve que sacrificarme (podrán ustedes imaginar en estos momentos la sonrisa irónica, rayando el sarcasmo que se me está dibujando en la cara), como les decía, tuve que sacrificarme quedándome con mis hijas pues tanto mi señora esposa como mi señora cuñada son más fan de Joaquín que yo. No obstante, he podido enterarme que tampoco me perdí algo especial, es más, no estuvo a la altura de otras ocasiones. Y encima, ha sido de las veces que más le ha costado al sufridor seguidor, treinta y ocho eurazos en taquilla. (Nooooniiiii, noní-noníno-ni-ni....jeje) Y llega el mundial. España, la roja o la selección española, ustedes deciden, comienza perdiendo con Suiza. Una putada, y perdonen la expresión pero es que es una auténtica faena. Y me explicaré. En esta España nuestra que cantaba Cecilia, tenemos un grandísimo defecto sobre otros muchos y, de hecho, así nos va, y es que somos super supersticiosos. Amuletos, mal fario, duendes, meigas, martes y trece, y otras tantas tonterías nos absorven consciente o inconscientemente, pero nos manejan totalmente. Y dirán ustedes por qué les digo esto, pues no se me preocupen que en seguida les aclaro el entuerto. Y es que confiándome en el buen hacer de la roja, se me ocurrió no ponerme los atributos partideros de la selección y, casualidad o superstición, el caso es que cuando se me enteraron los compañeros de fatigas de partido que así lo había hecho, creánme que casi me agreden físicamente, pues verbalmente la agresión fue tal que aún me duele. En la pasada Eurocopa, se me ocurrió para el primer partido ponerme una camisa de las de manga larga y además de tejido oxford (creo que se llama) que da un pelín de calor para el invierno. Pero claro, para el invierno y no para los días en que se está más agusto dentro de una piscina. Pues como les decía, en la eurocopa se me ocurrió quitarme la citada prenda un día para ver a la selección y, se imaginarán ustedes lo que ocurrió, empatamos un partido que parecía bastante fácil, por tanto, se me obligó por parte de la parroquia a ver los siguientes partidos ataviado con la camisa de las narices. Y llega el mundial y en el primer partido no me pongo la camisa dichosa y perdemos. Pues ya estuve obligado a ponérmela en el resto de partidos, con el calor reinante en el ambiente y el calor especialmente acumulado en la cafetería de nuestros queridos amigos Alejo. Todo el mundo estaba a, por poner una cifra, ochocientos grados, igual que yo pero es que yo, además, tenía un añadido, unos mil o mil quientos grados extra por culpa de la camisita. Por tanto y todo esto, permítanme ustedes maldiga las supersticiones que tanto calor me han hecho pasar si, además, España iba a ganar, qué narices. Que también manda narices que después de tal gesta, haya alguno por ahí, que los hay, que te dicen cosas como, "pues yo no veo a España, que juega muy mal, ná más que mareando la perdiz..." o algún tabernero cortico de esos que no se han gastando los cuartos en comprar una tele más grande decirme que "el mundial nos ha costado una pasta..." En fin, afortunadamente, esos cipotes son muy pocos, pero vamos, que ese es el nivel de garrafa con el que contamos. Así nos va.
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